viernes, 19 de julio de 2013

El Castigo


-Camina detrás de mí- No pude evitar mirarle sorprendida ante aquella orden. Retrocedí apenas dos pasos, agaché la cabeza y caminé tras él. Mantenía mis manos juntas entrelazando mis dedos por encima de mis nalgas, también mantuve mi silueta recta con los hombros hacia detrás. La figura ante un Amo debía de ser perfecta y correcta, no podía haber fallo alguno. -¡Ven!- el tono de su voz fue más un gutural que una exclamación de orden y al alzar la vista vi el collar de... <<¿Perro?>> pensé. Que ingenua fui, si que había un perro en casa...

-Sí Amo- ladeo el cuello levemente hacia mi diestra y él comenzó a ponerme el collar -¡Ladra!- fue bastante vergonzoso pero era el Amo, mi Amo y tenía que obedecerle, por lo que ladré y él tiró del collar de tal forma que me hizo doblarme ante la asfixia del momento. -¡Amo!- exclamé sin aire y para cuando fui a alzar la mano y llevarla a mí cuello recibí un manotazo que de inmediato me hizo retroceder.

-¡Quieta perra!- parecía enfadado y de nuevo obedecí. Una vez puesto el collar, él me volteó hacia la pared, me tomó de la cadera y mis desnudas nalgas quedaron a su merced. -Quieta, relájate...- susurrándome al oído, mi Amo comenzó a acariciar mis nalgas hasta que llegaron los primeros azotes con los dedos: alternaba los azotes y cada vez parecía hacerlo más rápido y más fuerte. Llegó un punto que mis jadeos fueron súplicas de dolor, pero un dolor adictivo. Yo quería más y más y más. -¿Te gusta?- emitió una profunda carcajada ahogada en su garganta, la cual me hizo estremecer. Fue entonces cuando me tomó de los pelos  y noté mi mejilla fría sobre el naciente de la puerta y de nuevo comenzó a darme azotes. Yo continué gimiendo con los ojos bien cerrados y por más que quería moverme, él me bloqueaba los tobillos con sus botas militares. <<¡Socorro!>>, quería gritar, pero todo aquello era un circulo vicioso y cuanto más fuerte me daba y más de dolía, más quería.

-Buena perra- apretó sus dedos dentro de mi pelo y tiró con tanta fuerza que mi espalda se arqueó -¡De rodillas!- y obedecí de inmediato, pero volvió a tirarme del pelo hasta que finalmente me di la vuelta para quedar de rodillas frente a él. -Hora del café- contempló mis mejillas completamente rojas: incluso la marca de la puerta en una de ellas. Con delicadeza me sostuvo en sus brazos, me besó y alzó la camisa para verme las nalgas -¡Preciosas!- no tuve más que sonreírme y acariciarme con disimulo cada nalga con la yema de mis dedos <<¡Qué gusto!>> y a poco llevé mis dedos a la entrepierna dónde pude notar la humedad que había ocurrido en aquel momento. -Lo sé y me encanta- resulta que andaba viéndome de reojo, tomó mi mano y lamió los dedos. -Luego seguimos- finalizó apretándome el clítoris con el pulgar y el índice. -Hmmm durito-  y tanto que estaba duro. El castigo había sido de lo más excitante de mi día.

Texto: Raquel Sarmiento

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