De pronto, una mano me levantó por la cintura mientras la
otra aplastaba mi espalda para tumbarla. Pronto tuve los pechos contra el frío
suelo. Me mantuve en aquella posición un buen rato y de repente sentí la mano
de mi Amo azotarme en el interior de mis muslos, suficiente para que separarse
mis rodillas y bajase un tanto más mi espalda.
Cada golpe fue acercándose cada vez más a mis nalgas y cada
vez eran más fuertes. Pese a eso, yo aún permanecía callada. -¿En serio perra?-
contuve el aliento cuando noté que sus dedos abrieron mis labios vaginales y
retiraron el líquido suave que desprendí durante aquellos azotes. No dijo más,
tan solo vi sus piernas tras de mí, como si fuera a sentarse en mi espalda metiéndome los dedos en la boca. No dudé en
abrir mis labios y recorrer con mi lengua cada centímetro de aquellos dedos con
mi sabor, mientras él comenzó a quitarse el cinturón. -¡Ey perra!- exclamó
resonando una palmada tras de mí, una que me hizo bastante daño dado que brinqué.
Mi clítoris estaba demasiado duro y aquella bofetada me hizo el daño suficiente
como para que me encogiera. No pude ni mediar palabra, jaló de mis pelos a la
vez que él se dejaba caer sobre el suelo con la espalda en la pared; caí de
inmediato encima de su cálida piel tras ceder con mí propio peso y la
penetración fue tan fuerte que mi gemido llegó a rozar el gruñido dejando caer
la cabeza hacia atrás. Pude sentir como aquel miembro se movía dentro de mí y
el líquido trasparente era cada vez más fluido, por ello y por cada embestida
se podía escuchar el chapoteo contra mis muslos.
Ante todo aquel montón de sensaciones, aquellas manos
tomaron mis pezones, empezando a retorcerlos con la perforación de por medio,
el dolor se aumentaba al sentir el metal rasgar la piel interna de la
perforación. De pronto sus labios estuvieron en mi nuca, gracias a ese pequeño
gesto de consideración y relajación pude relajarme unos instantes hasta que él
volvió a tomarme de las nalgas un tanto sonrosadas y doloridas para embestirme
más rápido. Cambió de orificio, no pidió permiso, tan solo la sacó y se sostuvo
de las nalgas; y para cuando pensé que el dolor había desaparecido apartó las
manos de ellas y volví a quedar clavada ante él; sentí aquel falo abrirse paso
en aquella estrecha cavidad obligándome a gemir con tantísima fuerza que hasta
él pudo sentir como aquel líquido dorado salía expulsado de mi vagina
humedeciéndonos al momento, pensé morir de la vergüenza (y del dolor), pero no
pude evitarlo, quería más. Pensé qué él iba a regañarme, pero fue consciente de
que el dolor fue demasiado y dejó de penetrarme.
Se alzó y tras él fui yo. Estaba llorando pero sin embrago
seguía húmeda y sentía mi sexo palpitante despojándose de más líquido, bien lo
sabía él -Lo siento- murmuró con sus labios en los míos, pero de nuevo me enganchó
de la nuca y me empotró contra la pared -Pero no está permitido llorar- mi
corazón latió tan deprisa que lo sentí en la garganta, así como sentí mis
pechos a punto de reventarse por la presión. Me costaba gemir, respirar y me
ahogaba con facilidad, a ello se le sumó la asfixia de aquellos cinco dedos
entorno a mi cuello. -¿Has visto lo que has hecho, perra?- tiró de mí y me hizo
mirar la orina del suelo -¿LO VES?- alzó la voz y me obligó a arrodillarme ante
él (encima del tibio líquido amarillento). -Ya sabes lo qué tienes que hacer-
asentí como buenamente pude con los labios entreabiertos y las mejillas rojas,
gateé un poco y me senté sobre mi propio vertido. Fue entonces cuando el Amo
trajo los paños y el cubo para que lo recogiese.
Y de nuevo un segundo castigo, volví a quedarme sola con
todo el dolor que me había hecho sentir en pocos minutos.
La ofrenda había sido un castigo ejemplar de aceptación.
Texto: Raquel Sarmiento
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